Hay lágrimas de tristeza, alegría, placer, dolor. Están las provocadas por una basurita en el ojo. También las originadas por culpa del ácido de una cebolla o de un gas. Todas saben a sal, son tibias, translúcidas. Y aunque parezcan iguales, ¿sabían que no lo son? ¿Que su composición química no es la misma? ¿Y que varía de acuerdo a su motivación?
Cada una de ellas, aunque conservan una composición básica común, tiene algún componente que la distingue, que la convierte en única. Las que humectan y las que responden al dolor son similares, aunque estas últimas tienen mayores propiedades de curación.
Las lágrimas que son producto de las emociones, tienen más hormonas y leucina encefalina (componente que se libera cuando el cuerpo está en situación de estrés). Ayudan a eliminar del cuerpo los efectos adversos químicos de la emoción contenida.
Sobran razones ahora para asegurar que “llorar es salud” y alivia el cuerpo, aunque duela y nos deje los ojos y el alma borrosos. Sin duda, habrá valido la pena llorar. Así, y solo así, estaremos listos para ver la vida con mucha más claridad.
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