(Un poco largo, pero muy valioso. Vale la pena leerlo)
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“Visibilidad: 12 kilómetros”, dice el informe meteorológico. Entonces uno conduce su automóvil con más certeza de lo que le espera en la ruta. Pero hay tramos de la vida donde la visibilidad es, con suerte, de 3 metros. Una bruma profunda te envuelve: el futuro inmediato se vuelve incierto. Se contrae el estómago. El corazón no encuentra espacio en el pecho angostado. La mente va pasando distintas diapositivas, imaginando alternativas para la incógnita del futuro: supone, descarta, deduce, busca posibilidades en hechos similares ya acontecidos... TEME. No sabe cuál de las alternativas será cierta. De eso se trata: la in-certidumbre.
Te lo digo al oído, aunque ya lo sepas: siempre el devenir es incierto, pero necesitamos sostener la ilusión de que el próximo minuto, y el siguiente, y el siguiente, son previsibles. Para bien y para mal el cerebro del animal humano dispone de lo que se llama mecanismo de anticipación, el cual le permiteconstruir alternativas de lo que podría suceder, para que, al llegar al momento de los hechos, tengamos una respuesta asertiva ya disponible. Entonces tendemos, por un lado, a plasmar lo deseable. Pero por otro, esbozamos mentalmente distintas variedades de desgracia (incluida la de que nunca suceda lo que deseamos). ¿La resultante? Temor, sufrimiento, ansiedad... inútiles!
¿Cómo trabajar sobre esto? Una posible separación, un problema de salud, una crisis económica, alguien que tarda en llegar a casa... Lo primero es darse cuenta de que está funcionando en automático el mecanismo anticipatorio. Esto nos permite observar nuestros imaginarios, y ponderarlos como lo que son: i-ma-gi-na-rios! De modo que... a discernir lo que percibo respecto de lo que fantaseo. Esto reduce la ansiedad, pues quita credibilidad absoluta al mecanismo auto-asustador. Es como si uno le dijera: “Te agradezco que me adviertas que eso podría llegar a suceder, pero te aviso que no lo daré por hecho. Prefiero sostener conscientemente el vacío de información”. Esa elección es la clave: sostener conscientemente el vacío de información.
No digo que sea fácil. Yo misma tengo una frondosa imaginación a la hora de ir a tientas ante la niebla espesa. ¿Entonces? Entonces me cuido de mí misma: procuro observar mis contenidos internos, y detectar aquéllos que sean estrictamente imaginarios y me angustien inútilmente. Al detectarlos, me dispongo a no alimentarlos. Sin auto-hostilidad: como quien tranquiliza a un niño asustado.“Aún te falta información para saber hacia dónde va esta situación. Entonces: a transitar con la mayor sobriedad posible las próximas horas, el próximo día, sin ir pretender resolver más allá de eso”. Son ocasiones que se parecen al inicio de aquella vieja serie de televisión que popularizó por primera vez algunas nociones de la filosofía de Oriente: “Kung Fu”. Una de las pruebas que el monje shao-lin tenía que hacer consistía en caminar sobre un delicado papel de arroz, sin arrugarlo, sin romperlo. No se trataba sólo de una destreza física, sino de la actitud interna dedesplazarse por la vida atento al momento: dónde pongo ahora mi pie y, a lo sumo, dónde pondré el siguiente. Paso a paso.
El Siddharta de Herman Hesse decía: “Yo sólo sé tres cosas: esperar, meditar y ayunar”. Otro día abordaremos la segunda y la tercera. La primera, -esperar- implica un ejercicio cotidiano de intentar la mayor lucidez posible. Sobre todo en tiempos de niebla espesa!§
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martes, 23 de julio de 2013
El arte de vivir en la incertidumbre
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